Contra la Humanidad

En el periódico The Guardian cuentan que ha sido un trágico mes para lo que ellos llaman “defensores de la vida salvaje” (o wildlife defenders en inglés). Asesinaron a tres líderes en diferentes regiones: Costa Silva en Brasil, Gabriel Ramos Olivera en México y Wayne Lotter en Tanzania.  Ampliando un poco el recorte temporal y espacial, en el 2016 asesinaron a 200 ambientalistas. La mayor parte de las muertes ocurrieron en América Latina.
Ciertamente el ambientalismo tiene enemigos. La pregunta es quiénes son. Muchas veces, con la bandera de “defensores de animales” o de “la Naturaleza” se plantean falsas dicotomías... pareciera que del otro lado de los ambientalistas hay personas contraponiendo un discurso humanitario y entonces quien defiende la montaña de la megaminería detenta contra los puestos de trabajos, quien critica la central nuclear se opone al progreso, quien problematiza la agroindustria es un romántico medieval porque “la soja transgénica es el alimento del futuro que va a alimentar a la humanidad”. Tal vez acá estén los problemas: toda guerra, toda explotación, toda destrucción se hace en nombre de la Humanidad (con mayúscula). En este marco dualista los ambientalistas son los Otros, los que se preocupan por los pandas, mientras que los problemas reales están del lado de la Humanidad. Pero, ¿de qué se habla cuando se habla de Humanidad? ¿Quiénes son los que se benefician con la minería? ¿A qué humanos alimenta la soja? Además, la “Humanidad” no sólo acompaña al discurso desarrollista sino que también entra en boca de algunos ambientalismos, quienes proclaman que “la humanidad que destruye al planeta”, que “hay que conservar para la Humanidad”, que “la Humanidad que corre riesgo de extinguirse”, etcétera.  En cada frase parece esconderse una bomba de humo. Los actores desaparecen.
Hace más de 60 años el filósofo alemán Carl Schmitt dijo: “el que habla de Humanidad miente”. En plena Segunda Guerra Mundial esto era evidente. Para la guerra siempre hace falta un enemigo. No puede justificarse una guerra por la Humanidad porque en toda guerra siempre hay un Otro. Creo que esa desmentida es una consigna crucial para las perspectivas ambientales. Para armar otros mundos hay que comprender otras formas de ser humano, hay que reconocer otras modos de ser personas y aprender de otros Otros. No se puede hablar en nombre de la Humanidad sin mentir y sin ponerle palabras en la boca a quienes buscan escapar del consenso hegemónico. Que la soja integre el discurso humanitario, mientras cotiza en la bolsa internacional como commodities y alimenta chanchos para la clase media china, es una pista de la trampa en la que nos metemos.
            Así que, si decidimos renunciar a la idea de Humanidad, ¿qué queda? ¿Qué hacen los ambientalistas? Tengamos en cuenta que con el origen moderno de la “Humanidad” también apareció lo Otro, la no-humanidad, la Naturaleza “prístina”, el objeto científico de estudio. Tal vez, renunciando a la Humanidad, aparezcan difusos los límites entre lo humano y “lo Otro”, tal vez se reconozca en los ambientalistas una lucha por el territorio, que incluye humanos y no humanos, que involucra la defensa de modos de vida y no sólo una lucha altruista por “la vida salvaje”. Desconozco las ideas de Wayne Lotter, Costa Silva o Gabriel Ramos Olivera así como de cada uno de los ambientalistas asesinados en los últimos años, pero creo que, tal vez, desde las ciudades, desde los barrios, debemos sacarlos del sitio de defensa de lo Otro, de una Naturaleza ajena, de una lucha secundaria. Desde ese reposicionamiento tal vez podamos pensar en lo ambiental como una contienda que no es por la “Naturaleza” sino que refiere a replantear nuestras formas de vivir. Tal vez desde allí podamos reconocer como ambiente y territorio en el lugar donde habitamos y,  en consonancia con el ecoanarquista Murray Bookchin, podamos pensar y sentir a la justicia social y a la justicia ambiental como planos no escindibles. Quien habita un territorio también es el territorio y es desde allí donde aparece el cuidado, no desde las oficinas centrales en las que se determina qué se conserva y qué se sacrifica.

            Vale poner un asterisco para contar que mientras tanto Temer derogó en Brasil una ley que protegía una región del Amazonas, del tamaño de Dinamarca, para que ingresen las mineras. Allí va otro ejemplo de la administración externa del territorio, los políticos y las multinacionales juegan al TEG con los dados cargados. Pero este juego de dados también ocurre cuando se determina un área protegida y se expulsan a las comunidades locales en pos de la conservación. Se explota por la Humanidad, se conserva por la Humanidad y, mientras tanto, los turistas internacionales recorren “áreas protegidas” mientras que las comunidades locales se quedan con los desiertos envenenados. Para armar otros territorios hay que recuperar soberanía, pero la soberanía siempre es desde adentro, no resulta de la administración externa. Tal vez haya que poner el cuerpo y solidarizarse con los que ponen el cuerpo en diferentes regiones del planeta. Y ahora, frente a estos atentados hacia la solidaridad, solidaridad hacia los bosques, hacia los elefantes y hacia las selvas, desde mucho más cerca, desde territorios plagados de injusticias sociales y ambientales, me pregunto ¿dónde está Santiago Maldonado?

Gabriela Klier- Publicado en el suplemento Piuké de "El Cordillerano" el 1/9/2017

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